Los hisopos de Rigoberto
Dibujos de Agostina Dánae |
Rigoberto jugó más de la
cuenta en el río.
—Elefantito
travieso. Te va a doler la panza, el agua está muy fría —y la mamá lo hizo
salir.
Rigoberto
tiritaba, tenía las orejotas heladas y su trompa estaba amoratada de tanto
frío. La mamá le dio la leche mientras sus tías y su abuela lo rodeaban para
darle calor. Así su pancita se entibió y la trompa empezaba a recuperar su color. Pero sus orejotas
todavía estaban frías, le había quedado agua en los oídos. Rigoberto no dijo
nada por el temor a la catarata de retos, advertencias y consejos que las
elefantas solían darle cuando hacía alguna travesura. Le dolían los oídos y no
quería todo ese bla, bla, bla sin parar de las elefantas, todas al mismo
tiempo.
El
pequeño elefantito pasó mal la noche, los oídos le fastidiaban cada vez más.
Quería rascarse y sacar esa molestia, pero no sabía cómo hacer. Así llegó la
mañana con Rigoberto fastidioso y mal dormido.
Mientras su familia se alimentaba de las
tiernas hojas de los árboles Rigoberto se recostó a la sombra de un árbol.
Seguía molesto porque sus oídos no
dejaban de picarle. En eso escucha un tam, tam, tam, cada vez más cercano.
Curioso, el elefantito se asoma por entre los árboles. Eran un grupo de humanos. Nunca antes Rigoberto había visto
gente tan cerca. El elefantito recordó cuando su abuela le contó que las
personas que imitaban los sonidos de la naturaleza eran músicos y aquel sonido
que le llamó la atención era el que hacía el tamborilero al golpear con las
baquetas su tambor.
—Eso
es lo que necesito para limpiar mis oídos —dijo Rigoberto al ver las baquetas y
salió de detrás de los árboles. Algunos de los músicos salieron corriendo y otros
quedaron petrificados por el miedo.
—Me
prestás —pidió tiernamente el elefantito. El joven tamborilero, temblando
de miedo, le ofreció el tambor.
—No,
eso no, los palitos — el músico soltó las baquetas y salió
corriendo. Rigoberto las tomó con su trompa y, como si fueran hisopos, limpió
sus oídos. Ahora se sentía mucho mejor.
Rigoberto
agarró con su trompa el tambor y las baquetas y fue en busca del tamborilero
para devolverle su instrumento. El joven estaba a bastante distancia cuando el
elefantito lo encontró: —Te devuelvo tu caja.
—Es
un tambor —le contestó el músico, que ya se había dado cuenta que Rigoberto era
amigable.
—y
tus palitos.
—Se
llaman baquetas —respondió el tamborilero con cara de disgusto al encontrarlas
muy sucias.
—Es
que me picaban mucho mis oídos y me había entrado agua —se excusó el
elefantito.
—y
también había mucha cera —dijo riendo el músico. Entonces dejó las baquetas y
comenzó a tocar con sus manos. Rigoberto pidió permiso para tocar y quiso
hacerlo con la pata.
—¡No!
Se romperá el tambor —le dijo el músico. Rigoberto entristeció, entonces el
tamborilero le dijo que lo haría muy bien con su trompa.
—¿Me
enseñás a tocar?
—Sí,
pero si me prometés que no vas a limpiarte los oídos con las baquetas —le
respondió Jano, el joven músico.
Rigoberto
lo prometió y así fue que todas las tardes, con baquetas nuevas, el tamborilero
y su grupo de músicos se acercaban a la
reserva y tocaban junto al elefantito.
La abuela, las tías y la mamá estaban
orgullosas del talento del más pequeño de la familia.
No
tardó en conocerse la notica de aquella banda de músicos con un percusionista
muy especial. De todas partes llegaban periodistas, turistas y curiosos para
conocer al talentoso paquidermo.
Cuando
la historia del elefantito que tocaba el tambor llegó a los diarios un malvado
empresario quiso atraparlo para venderlo a un circo. Con cinco cazadores
esperaron la noche para acercarse cuando los elefantes estuviesen durmiendo.
Rigoberto dormía tendido cerca de su mamá. Los viles cazadores le dispararon un
tranquilizante y lo arrastraron hasta un camión. Pero Rigoberto apenas se había
adormilado, porque el tranquilizante solo rozó una de sus orejotas. Es que eran
tan grandes y fuertes que justo cuando
el dardo estaba por impactarlo, medio dormido, Rigoberto sintió el silbido y,
creyendo que eran mosquitos, sacudió las orejotas, ocasionando que apenas lo
rozara aquella inyección.
Antes de que cerraran las puertas del camión
Rigoberto saltó y corrió a agarrar los hisopos que Jano le había hecho para que
rascara cómodamente sus oídos y así no usara las baquetas. Claro que aquellos
hisopos eran muy grandes porque Rigoberto tenía las orejotas más grandes de su
manada. Entonces, con esos hisopos gigantes Rigoberto les dio una paliza a los
crueles cazadores. Con tanto alboroto, la manada entera despertó. Los hombres
huyeron en el camión a toda velocidad perseguidos por los elefantes. El
guardaparque, avisado de la situación, detuvo a los cazadores que habían sido
rodeados por la manada. Así volvió la tranquilidad para la reserva.
Rigoberto
continuó aprendiendo junto a Jano, atrayendo a gentes y animales de todos
lados. Ellos se acercaban para disfrutar de la original banda musical a la que
habían llamado “Los hisopos”.
Cuentan los que saben que fue el primer elefante en ejecutar un
instrumento musical.
Segunda
parte: Los patines de Rigoberto
Era
tal la fama de “Los hisopos” que, en la reserva, habían montado un anfiteatro
para todos pudieran ver al divertido grupo musical. Las presentaciones pasaron
de ser cada mes a hacerse una vez por semana. La banda, además, tocaba en
aquellos lugares donde era invitada. Ellos se acercaban a hospitales, escuelas,
clubes y centros culturales. Iban y venían todo el tiempo asombrando y haciendo
feliz a la gente y a los animales que los escuchaban.
Claro que los músicos se transportaban
cómodamente en una camioneta, pero el pobre Rigoberto debía recorrer grandes
distancias entre un lugar y otro. Le dolían sus patitas y estaba muy cansado.
Jano buscó una carreta, pero Rigoberto había crecido mucho y las ruedas no
aguantaron su peso.
Los
músicos decidieron entonces buscar una solución para su amigo. Colocaron
carteles en todos los pueblos cercanos a la reserva pidiendo ayuda para encontrar
algún medio de transporte para el elefantito. No tardó en comunicarse con ellos
un anciano que ofrecía sus habilidades como herrero.
——En
la vieja mina quedan restos del ferrocarril. Son fuertes y resistentes hierros
con los que podemos hacer algo.
Los
músicos y el anciano buscaron entre los vagones abandonados, mientras el
elefantito los miraba apesadumbrado.
—Pero
por donde se conducirá esto si no hay vías.
El
anciano sonrió y le explicó a Rigoberto que el mismo se impulsaría. El
elefantito y sus amigos no entendías bien que era lo que estaba haciendo aquel
hombre, pero hicieron caso a todas sus indicaciones por lo seguro y optimista
que se sentía. Así cortaron, lijaron y clavaron maderas sobre las ruedas de
acero de uno de los vagones.
La
idea iba tomando forma. Guiados por el anciano, los músicos había armado unos
fuertes patines… ahora Rigoberto debía probarlos.
Tras
algunas caídas y unas cuantas ramas de árboles quebradas al intentar
sostenerse, Rigoberto comenzó a deslizarse con soltura sobre sus patines. En
los pocos días que tardaron en regresar a la reserva, el elefantito adquirió
destreza y seguridad. Parecía que había patinado toda la vida.
La
nueva habilidad de Rigoberto no solo fue aprovechada para transportarse
cómodamente. En sus presentaciones, algún miembro de la banda llegaba sobre su
lomo tocando su instrumento y haciendo divertidos encuentros.
La
abuela, las tías y la mamá estaban orgullosas del nuevo talento de su querido
elefantito.
Tercera
parte: Rigoberto en acción
“Los
hisopos” continuaban presentándose en todo festival donde se los convocara. Con
sus flamantes patines, Rigoberto estaba feliz porque ya no se cansaba
recorriendo las grandes distancias que había entre las aldeas. Jano y el resto
de la banda iban en la camioneta y Rigoberto se deslizaba en sus patines,
siempre con algún admirador en su lomo. La fama del elefantito crecía en cada
presentación, no solo por ser un excelente tamborilero, sino por ser el más
amable y simpático de todos los elefantes. Los niños contaban con orgullo que
el amistoso Rigoberto los llevaba a pasear deslizándose en sus patines.
Se
acercaba la primavera, tiempo de festejos. Los hisopos eran convocados desde
distintos pueblos: La fiesta de la cosecha por allí, los festejos por la nueva
estación por allá, un casamiento por otro lado… ¿Cuánto trabajo!
─
Qué suerte que tenés tus patines─ le dijo aliviada su mamá y lo saludó
enroscando la trompa, tal como hacen las mamás elefantas para mostrar su
cariño.
Así
partieron una mañana hacia el primer pueblo. Llegaron con tiempo para
refrescarse en el río, jugaron el el agua y, como buen elefante, Rigoberto bañó
a todos con su trompa.
─
Pará Rigoberto, que no sos bombero─ le decían los guitarristas mientras corrían
a esconderse tras los árboles. Toda la aldea reía al verlos empapados.
Por
la noche participaron de los festejos, con su música tocaron canciones
agradeciendo a la lluvia y a la tierra
por la generosa cosecha y festejaron a los hombres y mujeres por su trabajo en
el campo.
El
camino hacia el segundo pueblo estaba muy pedregoso, Rigoberto debió dejar los
patines en la camioneta y caminar. No se quejó, pero tanto esfuerzo le dio
hambre. Por fin llegaron. En el pueblo sabían que el elefantito llegaba muy
cansado y hambriento, por lo que lo esperaron con un banquete. Rigoberto estaba
feliz con la carretilla llena de frutas que le habían preparado.
Los festejos por la primavera comenzaron al
atardecer y la gente bailó por horas al compás de “Los hisopos” La banda
permanecería allí hasta el otro día. Irían más al sur, hacia el tercer pueblo,
donde se celebraría el casamiento del jefe de la tribu con una princesa. Todos
comentaban que aquella boda sería espectacular. “Los hisopos” habían ensayado,
como sorpresa, las melodías antiguas de
los pueblos de aquellos jóvenes que estaban por casarse. Así entró el cacique
orgulloso al escuchar los cantos de su pueblo, luego llegó la novia, emocionada
con las melodías que entonaban las ancianas de su tribu. Luego la banda tocó
sus temas y todo el mundo bailó feliz.
La
banda preparaba su retorno, satisfecha con sus presentaciones. Jano pensaba en
nuevos temas que componer inspirado en sus aventuras.
─
Rigoberto bombero─ Propuso Juan, al recordar cómo el elefantito los había
empapado en el río.
Poco
después de partir, ya en la ruta, un grupo de personas les llamó la atención
agitando sus brazos. Las mujeres de la aldea les informaban de un incendio en
la escuela, donde los niños y sus maestra estaba atrapados. La gente había
hecho una cadena humana, trayendo agua desde el río. Pero no era suficiente.
Rigoberto ni lo pensó, salió en sus patines hacia el río, cargó agua con su
trompa y volvió rápidamente disparándola sobre el fuego. Así fue que, con la
valiosa ayuda de Rigoberto, lograron controlar el fuego y salvar a todos los
niños atrapados.
El
pequeño Rigoberto se había convertido en un héroe, todos lo abrazaban y
vitoreaban… pero él estaba tan cansado que solo quería dormir. Salieron dos
días después, cuando todos estuvieron repuestos. Los niños rescatados le
hicieron un collar de flores, las madres le alcanzaron todo tipo de frutas de
la selva para que Rigoberto se alimentara en el camino. Las abuelas le tejieron
un enorme sombrero para que se protegiera del sol y los hombres lo despidieron
con la danza del guerrero. Desde aquel día, Rigoberto era considerado un
miembro de aquella tribu.
La noticia llegó antes
que los músicos. Toda la reserva esperó con una fiesta sorpresa al valiente
Rigoberto. Tres días duró el festejo, hasta que la abuela, las tías y la mamá dijeron
que ya era suficiente. Su héroe debía descansar. Jano y “Los hisopos” se
despedían tarareado una melodía para su
nuevo tema musical: “Rigoberto bombero”
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