Caricia espectral

Marina no podía creer la suerte que tuvo al poder alquilar el pequeño departamento a una cuadra del histórico museo. Podría ir cuantas veces quisiera a consultar las traducciones del Martín Fierro de la colección mundial que allí se guardaba. Se reían con su novio porque el despoblado ambiente hacía eco: un colchón en el suelo, dos o tres bolsos y una caja con cacharros recolectados entre los amigos eran todas las pertenencias con las que se habían instalado. — Cuando lleguen nuestros libros habrá menos eco —aseguró Juan. Aquella noche durmieron incómodos. Sentían ruidos, como de caballos galopando. — ¿Sentiste lo mismo que yo?—preguntó Juan. — Soñé que cabalgaba toda la noche. — Vos soñaste y yo escuché a los caballos. No puede ser que corra por aquí un tropel. Bajaron a comprar y preguntaron. En el almacén les contaron una historia increíble. Juan, escéptico, debió contener la risa. Pero Marina se quedó pensando en esa historia sobre galopes nocturnos y una señora ...