Sonidos entrelazados



Alex giraba solo en el patio trasero. Era lo único que lo calmaba cuando sus hermanos peleaban o gritaban. No podía interactuar con ellos. A sus cinco años no había emitido ninguna palabra, ni compartido un juego, ni mirado a los ojos a su madre. Los ruidos de la casa lo atormentaban y él corría a refugiarse como pasajero de un trencito de juguete en un giro interminable. Había que esperarlo, si trataban de tocarlo era peor, solo los giros lo apaciguaban. Marta se asomó para ver si su hijo aminoraba la marcha, eso sería señal de que se iba calmando.
Por entre  las ligustrinas se veía la llegada de una familia que se instalaba en la casa  lindera. “Hermanos del altiplano por todos lados”  dijo con desprecio. Su marido se levantó y miró con disgusto a los nuevos vecinos. Alex giraba y giraba. Del otro lado del cerco un niñito de unos siete u ocho años lo observaba tímidamente. Se atrevió a llamarlo, pero Alex no le contestó. Siguió dando vueltas  en ronda como si fuese una centrifugadora expulsando toda palabra que pudiera establecer contacto. El niño se resignó, acostumbrado al desprecio decidió tomar su tarka y tocarla como le había enseñado su abuelo. Alex se detuvo, ese sonido profundo, parecido al viento silbando entre las altas cumbres, lo atravesó en todo su ser. El pequeño vecino notó a Alex asomado entre los ligustros y siguió tocando. Alex no se movió de allí hasta que los padres del aquel niño lo llamaron.
Los días pasaban con ambos niños en sus patios, uno girando hasta que el otro sacaba un instrumento. Entonces Alex parecía otro. Se asomaba y escuchaba sin emitir sonido. El pequeño vecino sacó un sikus y Alex, por primera vez en su vida, esbozó una sonrisa. Un sonido de cascada lo salpicó.
Los días pasaban y Marta asistía desde el ventanal a una transformación en su hijo. Era la primera vez que lo notaba interesado en algo. Llamó a la casa de sus nuevos vecinos para presentarse. La señora la invitó a pasar. Marta y Alex tuvieron un cálido recibimiento. Su niño miraba asombrado aquella sala llena de instrumentos musicales.
— ¡Aruni! Ven aquí que se han venido para visitarte— llamó feliz la anfitriona a su niño.
Aruni sonrió al ver en su casa a Alex y sacó una quena. El sonido de la inmensidad plagó la soledad de sus oídos.
Marta comenzó a querer a aquella gente cálida y pacífica y a adorar a Aruni, que parecía entender tanto a su Alex. Él disfrutaba y parecía descansar el alma en su amiguito. Marta lloró de emoción el día que escuchó la primera palabra emitida por su hijo: “Tarka” y la tomó en sus manos. Ella lloró muchas veces más, como cuando una mañana Alex dijo “Aruni” al despertar, reclamando por su amigo. La dulzura y paciencia de Aruni y su música habían abierto un resquicio en el  autismo de Alex.
Marta iba sorprendiéndose cada día al conocer la cultura ancestral de sus vecinos. Más los conocía, más los quería. Jaylli la invitó a conocer su tierra. Hasta allí llegaron ambas mujeres con sus niños. Lo inmenso, lo profundo, lo vasto, lo magnífico, lo agreste le recordaron lo que aquel pueblo sabe desde siempre: somos una humilde partícula de la madre tierra.

Alex era una pincelada más en aquellos paisajes, como si siempre hubiese sido de allí. Se detenía a disfrutar de los sonidos del viento, de los graznidos del cóndor, del bramido de la alpaca. Y fue allí, justo en aquel lugar, que por primera vez se dejó abrazar. Aruni lo rodeó y Marta lloró una vez más contenida por  Jaylli.
Los niños  crecían juntos. Aruni, con una aptitud especial, aprendía a tocar los instrumentos de su tierra. Alex conocía perfectamente los sonidos y nombraba a que instrumento pertenecían. El niño aprendería música como parte de su terapia de integración. Marta, por primera vez en su vida, se despojaba de los prejuicios que habían llegado con sus abuelos en los barcos.

La abuela de Alex dejaría su quinta por unos días para visitarlos, entusiasmada con las mejorías del niño. Bajaban del auto, cuando ve en la puerta a los vecinos:
—Tenés collas al lado… ¡Están por todas partes!
—Aymará mamá…, y son nuestros amigos.


 2do. premio concurso Disidencias Secret.de Cultura de La Matanza (2019)



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