La joya lírica


Las luces no le permiten ver más allá de la primera fila. Le llegan fervorosos los aplausos. Llora, alguien pensará que es por la emoción del momento; es mucho más que eso, es un logro resultante de mil batallas. Sólo ella sabe cuántos pasos debió impulsar para no replegarse.
 Como aquella vez que se dirimía un primer puesto y no recibió ningún aplauso, simplemente porque se enternecieron con su contrincante de tres años de edad… Pero ella tenía siete, era suficientemente pequeña para necesitar un aliento y sobradamente sensible para padecer tamaño desprecio.
Fue entonces cuando comenzó a cantar en el patio, entre las plantas, con sus mascotas como improvisado público. Pero allí estaba su padre, eximio sabedor de desprecios. “Si cantás así los vecinos van a pensar que sos tarada” El peso fue inmenso y el lastre dejó surcos de vaivenes entre los sueños y el miedo.
De su madre recibía estímulos, sin embargo, eso le causaba dudas… “¿Qué puede entender mamá si no sabe nada de música? Es mi mamá, por eso me alienta”. 
la artista Agostina Dánae interpretando el aria de la muñeca.

La carga acentuaba los surcos, donde se empantanaba con lágrimas de inseguridad, con lágrimas de temores. Cantaba cuando estaba segura que nadie la escuchaba, cuando pensaba que estaba sola. Así desplegaba su talento innato en el extremo más alejado del patio trasero. Una vecina -profesora de canto- descubre el prodigio. Su buena fe y la buena voz aligeran el peso. Hay lastre, siempre lo hay. Una fuerte timidez da cuenta de ello.
Ahora los fervorosos aplausos le llegan salpicados de vítores. Se seca las lágrimas y agradece. Los diarios hablarán de una talentosa y tímida joven como la nueva joya de la lírica. Ella y sólo ella conoce los nudos que su garganta debió desatar durante el trayecto.


Seleccionado para la antología Improntas IV

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