El hombre barrilete
Don José se había
jubilado. Al principio estaba un poco triste, es que estaba acostumbrado a
trabajar y ahora le sobraba el tiempo. Comenzó a ir a la plaza de su barrio,
Una plaza muy chiquita en el corazón de un barrio muy pequeño. Pero a la gente le
alcanzaba para estar feliz, porque allí se encontraban con sus vecinos y trabajaban juntos para cuidarla. Cortaban
el pasto, pintaban los juegos y pasaban las tardes compartiendo mates y
charlas. Pero eso lo hacían los más jóvenes. Los abuelos se pusieron de acuerdo
en que no podían pasar tanto tiempo sin hacer nada.
—¿Si hacemos juguetes para
los chicos? —propuso Don José.
—Es una buena idea pero...
¿Cuántos de nosotros tenemos idea de cómo hacer un lindo juguete? —preguntó
Don Pablo.
—Entonces hagamos cosas
más simples — sugirió Don Alberto.
En ese momento una ráfaga
de viento hizo volar las hojas de una carpeta que se le había caído a Lucas.
Las hojas subieron, giraron en espiral, se deslizaron entre unas ramas. Algunas
cayeron y otras siguieron volando. Esto inspiró a Don José —Podemos hacer
barriletes —comentó emocionado.
Los demás abuelos
estuvieron de acuerdo, estaba llegando el otoño y los vientos estarían ideales
para remontar barriletes.
Entusiasmados con la idea
de hacer felices a los nenes que siempre iban a jugar a la plaza, los abuelos
compraron hilos, cañas, papel afiche y cola. También pidieron a sus esposas
pedacitos de tela para hacer las colas de los barriletes.
Se reunieron en el galpón
del abuelo Juan. Allí podrían trabajar tranquilos sin que nadie los viera. Así
darían una linda sorpresa a los chicos.
Los abuelos trabajaron y
trabajaron para hacer lindos diseños. Los había simples y otros muy elaborados
y de variadas formas, con largas colas llenas de telitas multicolores.
Entonces Don José se
preocupó: —¿Les gustarán? Los chicos están acostumbrados a los barriletes
comparados, que vienen con súper héroes o autos pintados.
—¡Cómo no les van a
gustar. Están preciosos! —dijo la esposa de Don Juan, que les alcanzaba una
merienda —Seguro que estos chicos nunca vieron fabricar un barrilete —agregó la
señora.
Los abuelos estaban súper
contentos por las palabras de la señora y porque tenían barriletes para todos
los nenes de la plaza.
No podían esperar a que
llegue el domingo, es que los domingos,
la plaza se llenaba de chicos, y no faltaban el vendedor de copos de nieve y
manzanas acarameladas, el vendedor de globos y el de helados. Era el mejor día
de la semana.
Y llegó el día. Los
abuelos consiguieron un carrito, colocaron cuidadosamente los barriletes y los
cubrieron con telas para dar una gran
sorpresa. El día estaba perfecto. El viento era firme y constante, no hacía
remolinos y soplaba para el lado contrario de los árboles. Podrían remontar los
barriletes sin problemas.
Don José tomó unos y
comenzó a elevarlo, el barrilete subía y subía y los chicos se le
arremolinaban asombrados. Era el barrilete más lindo y colorido que habían
visto en su vida.
—¿Dónde lo compro? —preguntó uno de los chicos.
—¿Puedo? Porfi! —rogó
otro
—¡Comprame mami!-—reclamaba otro.
Los abuelos sonreían ante
tanto entusiasmo. Entonces corrieron las telas y el ¡guau! de los chicos se
sintió en todos los rincones. Todos recibieron su barrilete y pasaron una tarde
maravillosa. Los abuelos prometieron enseñar a los niños a hacer barriletes y
no se fueron de la plaza hasta que oscureció.
Y cumplieron su promesa,
niños y ancianos compartieron muchas tardes haciendo y remontando barriletes.
Aquel fue el otoño más lindo del que tengan recuerdo.
Pero llegó el invierno y
ya no podrían remontar barriletes hasta la primavera. Don José se puso triste,
porque en el invierno podían estar muy poco tiempo en la plaza. Los días se le
hacían largos y, esperando y esperando, don José se puso cada vez más flaco. Es
que a él no le gustaba estar tanto tiempo encerrado. Y ese invierno estaba muy
frío y lluvioso. Don José parecía una hoja de
papel de flaco que estaba.
—Ánimo mi amigo, que
pronto vuelve la primavera —le decían sus amigos las pocas tardes que podían
encontrarse.
—¿Y si nos vamos
preparando para hacer barriletes en primavera?
Don José se alegró con la
propuesta de sus amigos. Así, los viejitos compraron todo lo necesario para
hacer barriletes.
—Tenemos que hacer algo
especial. Algo que los sorprenda —propuso Don José.
—¡Un barrilete bien grande
y colorido!
—¡Sí, el más grande, para
sorprenderlos!
Prepararon el más bello
barrilete que se haya visto. Era tan grande como Don Juan, el más alto de los
abuelos. Y tenía la cola más larga y bonita.
La primavera ya se sentía en el aire. Ese
domingo estaba el día perfecto. Los abuelos llegaron juntos con la sorpresa.
Los chicos los rodearon curiosos ¡Aquello que ocultaban las telas se veía muy
grande! Los abuelos descorrieron cuidadosamente la tela.
—ohhhhhhhhhhhh.
Ilustración de Alejandra Romero para la edición del libro |
Don José tomó el barrilete
dispuesto a remontarlo. Los chicos lo seguían entusiasmados. Don Juan se puso a
distancia para sostenerlo y ayudar a elevarlo. Una ráfaga llegó y el barrilete
subió suavemente. Don José disfrutaba con los gritos de entusiasmo de los
chicos.
De pronto, el viento sopló
con fuerza. Tanto, que Don José tuvo que
correr porque temió perder el barrilete.
—¡No lo suelte Don José! —gritaron a coro los chicos.
Don José no lo soltó, no
quería perderlo, y la fuerza del viento los empujó más arriba. Ya no
había más hilo. Don José le dio una vuelta en el brazo para no perderlo. Pero
el barrilete subió más y empezó a elevarlo. Claro, Don José estaba tan
flaquito, que parecía un barrilete más. Se elevó casi un metro en el aire. Los
abuelos se agarraron las cabezas espantados. Lucas y su hermano saltaron y se
aferraron de sus piernas para hacer peso, pero seguía en el aire. Entonces
sus primas saltaron para sostener a los tres que ya estaban en el aire.
Tampoco eso alcanzo, saltaron otros dos, y otros dos más. El viento sopló aún
más fuerte. Don José parecía un barrilete y los chicos sus colas. Al principio
tuvieron miedo, pero se deslizaban suavemente y comenzaron a disfrutar del
vuelo, ascendían cada vez más hasta quedar volando por sobre las casas.
Agarrados, unos de otros miraban con asombro desde el cielo. Desde tierra, los
abuelos y el resto de los chicos los corrían desesperados.
Dos José disfrutó tanto del vuelo que extendió
sus brazos. Así el hilo del barrilete se le soltó. Desde tierra todos vieron
con preocupación como se perdía llevado por el viento.
—Caerán sin el
barrilete —dijeron los ancianos.
Pero no fue así, Don José y los niños se deslizaron por una
ráfaga viento, llegando hasta los árboles, quedaron sosteniéndose de las ramas.
En eso llegaban las madres, preocupadas por la tormenta que se avecinaba, para
hacer volver a los nenes a las casas.
—Miren al abuelo trepado
al árbol con los chicos —se asombró una de las mamás.
—Abuelo… ¿No está un poco
grande para treparse a los árboles?
Todos bajaron sin decir
nada de lo que había pasado. Los chicos temían que los castigaran por volar sin
permiso y los abuelos temieron que las mamás les dieran coscorrones por sacar a
volar a sus hijos sin licencia.
Cuando llegan a la plaza
desde otros barrios a preguntar por el
hombre barrilete los chicos y los abuelos sonríen cómplices —Qué imaginación —dicen los abuelos y los chicos se ríen.
—Don José sáquenos a dar
una vueltita —secretean los niños con él.
—-Algún día de estos,
cuando el viento nos ayude, tal vez podamos.
Las mamás no entienden por
qué sus hijos preguntan insistentemente cada día si habrá viento.
Me lo contó un pajarito
que vive en esa plaza muy chiquita, en el corazón de un barrio muy pequeño.
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